Los danzantes de Méntrida cuentan con un notable repertorio de danzas y
alardes, que se ha ido definiendo a lo largo del tiempo, hasta cuajar en el
programa que está en vigor desde, al menos, los albores del pasado siglo. De
hecho, entre los más ancianos no hay memoria de otras danzas ni alardes
diferentes de los que en la actualidad se realizan.
Que no ha sido siempre el mismo repertorio, lo ponen de manifiesto
los dos únicos documentos antiguos de que disponemos al respecto. Uno de ellos
es el mural del camarín del santuario de la Virgen, en cuyo lienzo sur se puede
ver al grupo de danzantes tocando las castañuelas, haciendo calle de tres en
tres, quedando a los extremos de la misma los dos restantes, en una composición
que no concuerda con ninguna de las que actualmente ejecutan. El otro documento
es el libro de fray Luis de Solís [Historia del prodigioso aparecimiento
de la milagrosa y soberana imagen de Nuestra Señora de la Natividad.
Luis de Solís. Madrid, 1734], que da cuenta de la presencia de dos grupos de
danzantes en la solemne procesión del día 7 de septiembre en honor a la
Patrona, y otros dos grupos los días 24 y 25 de abril, en la procesión de la
Víspera y en la Romería a Berciana. Lamentablemente, Solís no entra en detalle
al anotar la participación de los danzantes en las fiestas de la Virgen; pero
el simple hecho de restringir su actuación a las procesiones y no hacer
referencia a ningún tipo de muestra, nos permite deducir que el programa de
entonces diferiría sustancialmente del actual.
Antes de profundizar en el actual repertorio de danzas y alardes,
cabe preguntarse cuál es su origen. Por el momento, no tenemos respuesta cierta
al respecto. Nos podemos imaginar que las danzas y alardes en vigor son el
resultado de reiteradas aportaciones foráneas, producto de la presencia de
grupos de danzantes y de maestros de la danza que, en tiempos remotos, fueron
contratados de diversas localidades, como atestigua la documentación
consultada. Muy probablemente, éstos fueron creando escuela con sus
aportaciones en distintas épocas, contribuyendo a configurar poco a poco el
actual repertorio. De hecho, tanto las coreografías como las melodías a cuyos
sones se ejecutan las danzas tienen similitudes notables en las diferentes
zonas donde se practican y perviven este tipo de manifestaciones populares
folclóricas.
En todo caso, a la hora de clasificar el repertorio mentridano hay
que decir que se trata de danzas o bailes de cuenta, en expresión de Juan de
Esquivel, ya que todas ellas responden a unos pasos y mudanzas perfectamente
marcados y estipulados, ajustados en todo momento al ritmo que marcan sus
respectivas melodías. Y, por supuesto, estamos ante una danza coral ritual cuyo
objeto primordial estriba en rendir homenaje a la Patrona, como muestra de
veneración y reverencia.
Al no contar con documentación más explícita, no disponemos de
datos que nos permitan concretar los usos y costumbres del grupo de danzantes
con anterioridad al siglo XIX. Así, por ejemplo, ignoramos si en tiempos
pretéritos las diferentes danzas tendrían letra para acompañar sus melodías,
como es común en grupos de danzantes de otras zonas. Desconocemos también el
ceremonial de las danzas en el interior de la iglesia que, según Solís, tenían
lugar al finalizar la procesión del día de la Víspera. Y tantos y tantos otros
detalles que nos serían de gran utilidad para conocer en profundidad esta
singular muestra de religiosidad popular, así como la evolución de sus ritos,
protocolos y repertorio. Estas limitaciones nos obligan a centrarnos en el
análisis de la situación presente, que abordaremos a continuación.
Antes,
me confieso totalmente lego en asunto de musicología, y aclaro que en las
líneas siguientes me limitaré a clasificar y describir el repertorio de danzas
y alardes de los danzantes. He contado para ello con la colaboración del
veterano maestro de la danza Julio Martín Ramos, que sirvió el oficio
diecisiete años tal y como lo aprendió del célebre Felipe Pernales. Dejo para
los doctos en materia de musicología un estudio más técnico sobre sus
coreografías y melodías.
Danzas
de castañuelas
En sentido estricto, el repertorio mentridano cuanta con una única
danza específicamente ambulatoria o de procesión, que es la que se realiza al
son de las castañuelas que tocan los ocho danzantes.
El papel específico y genuino de los danzantes es el de actuar
como cortejo de honor de la Virgen en algunas de las salidas que hace de su
santuario. Así, el cortejo de danzantes ocupa un lugar preeminente en las
procesiones, situándose por delante de su carroza, de la que les separan el
presidente de la Hermandad, portando el cetro, acompañado de las camareras de la
Virgen, el capitán y alférez de la mayordomía, con sus correspondientes
banderas, los mochilleres y los músicos de la danza. En esa privilegiada
ubicación llevan a cabo el denominado Baile de Procesión, al tiempo que tocan
las castañuelas, que hacen sonar elevando sus brazos en arco.
El Baile de Procesión conlleva una sobria coreografía. Discurre el
grupo haciendo calle, en fila de a dos, y va desplazándose monótonamente,
repitiendo unos pasos cadenciosos a base de ligeros saltos a una pierna,
imprimiendo un grácil movimiento de cintura, en forma de leves giros
acompasados, al pisar ambos pies sobre el terreno.
Aunque lo habitual es ejecutar este baile dando la espalda a la
carroza, en ocasiones, cumpliendo órdenes del alcalde de la danza, el grupo
hace un giro de media vuelta, colocándose de cara a la Virgen y desplazándose
de espaldas. Esto suele ocurrir en tramos del trayecto elegidos a criterio de
dicho alcalde, siendo común realizarlo en una parte de la cuesta de la Ermita
de Berciana. Asimismo, al llegar a ciertos puntos del trayecto con amplitud
suficiente, se ejecutan los llamados cruces. Con ocasión de dichos cruces se
lleva a cabo unas mudanzas que implican pasar los danzantes de un extremo a
otro de las filas, entrecruzándose en el recorrido de dichas evoluciones, hasta
que el maestro ordena recuperar la posición habitual del cortejo, al grito de
“¡al puesto!”.
En este mismo apartado de danzas ambulatorias con
castañuelas hay que incluir la que se reserva para el desfile del día previo a
la Romería, en el que los danzantes recuerdan por las calles al vecindario la
proximidad del inicio de las fiestas.
Este recorrido se desarrolla a los sones de la Diana, un pasacalles con aires similares a los tanguillos andaluces, que le emparenta con las músicas de las charangas carnavalescas gaditanas del siglo XIX. Como en el Baile de Procesión, la melodía y ritmo de la Diana conjuga el sonido del tambor y la dulzaina con el de las castañuelas, que los danzantes tocan al paso que avanzan en su desfile mañanero.
Danzas de paloteas
También en el marco de las procesiones se ejecutan en diferentes
momentos las cuatro paloteas del repertorio: la MARCHA REAL, el MEDIO BAILE, la VALMOJÁ y la HABANERA.
Esta danza conlleva una coreografía muy simple, basada en
agrupamientos de los danzantes en paralelo, formando calle, con diferentes
desplazamientos al paso, para mudar la disposición de las dos filas transitando
de una situación transversal a otra longitudinal, respecto de la carrera
procesional, hasta completar cuatro lazos. La danza de la Marcha Real tiene
parangón en numerosos repertorios de danzantes de ambas castillas, siendo uno
de los ejemplos más cercanos al nuestro el de los danzantes de Castillejo del
Romeral (Cuenca), en las fiestas a su patrón, San Bartolomé.
Por otra parte, coincidiendo con las diferentes salvas que a lo
largo del trayecto procesional tributa a la Virgen su mayordomía, el grupo de
danzantes ejecuta las otras tres paloteas: el Medio
Baile, la Valmojá y la Habanera.
El Medio Baile |
La Valmojá |
La Habanera |
Casualidad o no, las danzas de paloteas, cuyo antecedente
inmediato son las danzas de espadas, tienen un marcado cariz guerrero, por lo
que encajan perfectamente asociadas a las salvas de los sargentos de la
mayordomía.
La
muestra: dichos, danzas y alardes
Al margen de las procesiones, el grupo de danzantes realiza una
muestra de danzas y alardes en dos ocasiones, en escenarios diferentes: la
tarde de la víspera, el 24 de abril, en la plaza del Ayuntamiento, y al
mediodía del día 25, en plena Romería, en la explanada de la Vega, en la Dehesa
de Berciana. En ambos casos, su actuación va precedida por la muestra de la
mayordomía, una suerte de parada de la soldadesca de la Virgen. Presiden ambas
muestras una representación de la justicia de la villa y de la Hermandad de la
Virgen, con su capellán, que de principio a fin sostiene sobre sus rodillas un
cuadro con la imagen de la Virgen, en referencia al objeto primordial de los
homenajes que mayordomos y danzantes tributan en sus respectivas actuaciones.
El origen de esta actuación es incierto. Fray Luis de Solís, en su
descripción de los actos festivos del día 24 de abril, indica que los soldados
de la mayordomía pasan muestra y se juega garbosamente la bandera. Alude sin
duda a lo que en la actualidad denominamos la muestra de los sargentos. Sin
embargo, nada refiere Solís a este respecto en relación a los danzantes, salvo
una curiosa y reveladora anotación; una
vez concluidos los actos litúrgicos de la procesión de aquel día, se da
licencia, en honor de tanta fiesta, a que entren en la iglesia las danzas con
sus festivos obsequios. Es decir, acabada la procesión y sus epílogos
litúrgicos, los grupos de danzantes realizaban en el interior del templo una
especie de exhibición de su repertorio. Así, si la muestra de la mayordomía
tenía lugar en la plaza de la villa (saliendo de la iglesia, los señores
de justicia, venerables sacerdotes y plebe se van a la plaza grande) y
consistía en un desfile y revista de la soldadesca, con bandeo incluido, la
muestra de los danzantes se celebraba en el interior del templo parroquial, y
se cifraba en una actuación que Solís sintetiza en un genérico festivos obsequios de las danzas,
refiriéndose a los dos grupos de danzantes intervinientes. Lástima que fray
Luis omitiera los detalles de aquellos festivos
obsequios, privándonos de una valiosísima información.
Me inclino a pensar que, a raíz del mandato del visitador
prohibiendo taxativamente las danzas en el templo, documentado en 1820, la
muestra de los danzantes se trasladaría a la plaza del pueblo, llevándose a
cabo acto seguido de la tradicional revista de la soldadesca, o muestra de los
sargentos, que es como ha quedado hasta nuestros días.
El
programa de la muestra de los danzantes comienza con la recitación de los
dichos (VER EL ARTÍCULO DE LA ETIQUETA “DICHOS”), para dar paso después
a una serie de danzas que se inician con el Baile de la Entrada y prosiguen con
las ya citadas danzas de paloteas (la Habanera, la Valmojá y el Medio Baile),
siguiendo el criterio del alcalde de la danza, que decide cuántas se bailan y
en qué orden; a continuación, tiene lugar los alardes de los Puentes y los
Pinos; el broche final lo pone el baile del Cordón.
El Baile de la Entrada
Las danzas de la muestra se inician con el único baile
de arcos del repertorio mentridano, conocido como la Entrada. Los ocho
danzantes se disponen en fila de a dos, para trazar el primer lazo. En el
momento en que vuelven a recuperar la formación de la doble fila, se agarran de
la mano los componentes de cada fila, contrapeados, unos mirando hacia el
interior de la calle y otros hacia afuera. Sin soltarse de la mano, cada fila
cambia su posición, de modo que quienes miraban al interior de la calle, lo hacen
ahora al exterior. Se repite este lazo tres veces. En el último lazo se forma
una cadena, situándose todos en una única línea, en diagonal, para culminar
volviendo al puesto en la formación inicial en forma de calle. Esta danza se
ejecuta portando los danzantes un arco en su mano diestra.
Los paloteos
A continuación vienen los paloteos, a criterio del alcalde de la
danza, que pueden ser cualquiera de los tres descritos anteriormente: la
Habanera, la Valmojá y el Medio Baile.
En
estas danzas cada mudanza deriva en un nuevo lazo, propiciando diferentes
evoluciones, tales como entrecruces y tránsitos del conjunto en dos grupos en
diversas formaciones, según van marcando los cuatro guías. Siempre parten y
culminan en formación de calle.
Los Puentes y los Pinos
Después de los paloteos, la muestra continúa con la ejecución de
los Puentes. Se disponen
los ocho danzantes por parejas, ocupando cuatro vértices de un amplio cuadrado.
Cada pareja, enfrentados, se agarran de ambas manos y realizan a pies juntos
unos ligeros movimientos de cadera, agitando sus enaguas con garbo, hasta
escuchar un toque seco del tambor, que marca el momento en que rotan sobre el
terreno sin soltarse de las manos. Este grácil movimiento lo ejecutan dos veces
seguidas. Finalizado este preludio, se comienzan a desarrollar desplazamientos
sucesivos en diagonal, cruzándose las parejas opuestas en el centro del
cuadrángulo de la muestra, momento en que una de ellas salta, haciendo un
puente, para dejar hueco suficiente por donde la pareja contraria atraviesa,
siguiendo ambas el trayecto iniciado.
Este lazo se efectúa cuatro veces, precediendo a cada una de ellas
una traslación de las parejas en el sentido de las agujas del reloj, cambiando
de vértice en el cuadrado; cada traslación implica la realización del prólogo
antes descrito, en cada uno de los vértices. Realizado el último cruce, a la
voz de “¡al puesto!” que grita el alcalde de la danza, los ocho danzantes
acuden al centro y forman calle, de acuerdo con la disposición inicial de los
paloteos. El maestro acompaña a una de las parejas en el desplazamiento en
diagonal, a la misma velocidad que los danzantes, que en ese tránsito es muy
acelerada.
El alarde concluye reagrupándose todos en formación de calle,
momento en el cual efectúan un brioso brinco, al tiempo que los danzantes exclaman
“¡Méntrida!”
Desde esa posición, se inicia un segundo alarde denominado los Pinos, que se desarrolla en dos
partes, precedidas ambas por un preludio ejecutado por parejas, con las manos
apoyadas en la cadera. Al son acompasado de la música, rotan sobre el terreno
contoneándose con suma gracia, en un movimiento extremadamente reposado y
elegante. Igual que los danzantes, su alcalde hace la misma maniobra, ocupando
el centro de la calle que forman.
La primera parte de los Pinos conlleva la formación de
dos torres o pinos; en un primer paso, tres danzantes por cada torre se agarran
de espaldas con los brazos a la altura de los codos; así colocados, reciben al
cuarto danzante que, ayudado por el alcalde de la danza, se embute cabeza abajo
en el hueco entre las espaldas de sus tres compañeros, elevando al máximo sus
piernas y pies hacia el cielo. Una vez culminadas las torres, suena la música
unos instantes, marcando el tambor el momento en que cada torre se desmonta,
con la ayuda nuevamente del alcalde de la danza. Acabado el ejercicio, todos
vuelven a la posición inicial, desde donde se repite la misma estampa con que
se daba comienzo a este alarde.
La segunda parte consiste en la formación de un solo pino, con
intervención de siete de los ocho danzantes. Para iniciar la construcción, se
suben a hombros tres de los danzantes más menudos sobre otros tantos compañeros.
Después,
se agrupan dándose la espalda y asiéndose los brazos a la altura de los codos,
de modo que quede la estructura perfectamente firme. Para finalizar, el alcalde
de la danza eleva al danzante más pequeño hasta colocarle con la cabeza
embutida en el eje de la estructura y las piernas y pies erguidos. El octavo
danzante se mantiene al lado del pino formado por sus compañeros, con sus manos
a la cintura, mientras el alcalde gira en torno a la estructura, pendiente, por
si hubiera de intervenir. Una vez el pequeño de la cúspide está en posición,
suena la dulzaina y el tambor unos instantes, hasta que el alcalde de la danza
da la orden de parar.
En ese momento, desciende el danzante pequeño, se
destrenzan las tres parejas de la torre y se colocan todos en línea, para
avanzar hacia la presidencia, saludando con la mano derecha, con la palma
girada a la izquierda, moviéndola hacia adelante y atrás. Llegado el grupo a
dos o tres metros de la presidencia, los tres danzantes que van a hombros de
sus compañeros descienden bruscamente hacia el suelo, de frente. En ese preciso
instante, cesa la música. Así concluye el alarde de los Pinos.
El Baile del Cordón
La muestra finaliza siempre con el Baile del Cordón. La
coreografía de esta danza consiste en trenzar y destrenzar ocho cintas
multicolores prendidas del extremo de un mástil blanco de algo más de tres
metros de altura. Se trata de una danza que en tiempos remotos se interpretaba
como un canto a la fertilidad, de la que es símbolo el mástil o árbol del que
penden las cintas; siendo su tejer y destejer una alegoría de la rueda de la
vida.
Para su ejecución se colocan los danzantes en círculo en torno al
mástil, sujetando cada uno con ambas manos el extremo de la cinta que van a
tejer, de modo que la parte final de la misma queda por delante de cada
danzante; en esta posición, realizan sobre el terreno sucesivos giros de
cadera, en unos breves compases, terminado cada uno de los cuales hacen un giro
completo, saltando en el aire. Se repite este previo dos veces, mientras suena
la música de los Puentes.
De inmediato da comienzo la rotación en torno al mástil, para ir
enrollando las cintas en el mismo. Esta rotación la efectúa la mitad del grupo
en un sentido y el resto al contrario, entrecruzándose, cinta arriba, cinta
abajo, a los sones del Baile de Procesión. Finalizado el trenzado, tras el
grito de “¡al puesto!” hay un pequeño descanso.
Se reinicia después la danza repitiendo los previos iniciales
anteriores, para volver a rotar, esta vez en sentido contrario al inicial, con
el fin de ir destrenzando las cintas.
El destrenzado se efectúa a los sones de la Media Jota; el ritmo
se acelera en las últimas vueltas, a una señal del alcalde de la danza,
culminando el ejercicio con evoluciones a gran velocidad, hecho que levanta el
entusiasmo en los espectadores, que prorrumpen en sonoros aplausos hasta la
conclusión de la danza, después que el alcalde grita finalmente “¡al puesto!”.
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