Para quienes contemplan por vez primera
a los Danzantes de la Virgen, les resulta muy llamativa la indumentaria con que
realizan sus actuaciones. Al margen del colorido, llama la atención,
principalmente, el cariz femenil que otorga al traje la presencia de las
enaguas, impropias del atuendo convencional masculino. Tanto este detalle, como
la simbología de los colores de las prendas de vestir y de los elementos
ornamentales tradicionales que complementan la indumentaria, responden a
circunstancias culturales explicables desde el contexto histórico en que
surgen, al igual que el hecho mismo de la danza y todo lo que en torno a ella
gira.
Antes de nada, interesa recalcar que
uno de los aspectos que definen a la danza ritual es la uniformidad del grupo
de quienes la ejecutan. Desde esa premisa, es sabido que tanto los danzantes de
la Virgen de Méntrida, como otros muchos a ellos equiparables diseminados por
Castilla, han tenido siempre una indumentaria que les identificaba como grupo.
Lo que ocurre es que no siempre ha sido la misma uniformidad a lo largo de su
recorrido histórico.
De las libreas
a los trajes de enagüillas
Esta es la única imagen que tenemos de los danzantes con atuendo diferente del que actualmente está en uso. Corresponde a la representación de una romería de los años postreros del siglo XVII, que podemos contemplar en el Camarín de la Ermita de la Virgen. Vemos a la cuadrilla de danzantes ejecutando una danza de castañuelas, al son de la flauta de tres agujeros y el tambor que hacen sonar un único músico. Van ataviados con libreas, siguiendo la costumbre tradicional.
Pero, ¿qué eran las libreas? La
respuesta a esta cuestión nos proporcionará jugosa información sobre el papel
que jugaba el cortejo de danzantes en las ceremonias en honor a la Virgen en
las que participaba.
La librea era el
traje de gala que los reyes y nobles de más alto rango hacían vestir a los
criados que les solían acompañar; era uniforme y llevaba distintivos propios de
la casa nobiliaria a la que se servían; solía ser vistoso, a la vez que
apuesto. No en vano, la distinción con que vestían los “criados de librea” era
expresiva de la categoría de la familia en cuyo servicio estaban, constituyendo
un signo palpable de distinción y alcurnia de la propia casa. Desde esta
perspectiva, la cuadrilla de danzantes constituía el grupo de “criados de
librea” de la Virgen, lacayos o pajes a cuyo servicio actuaban con la finalidad
de realzar el señorío y la potestad de la Señora a la que acompañaban y en cuyo
honor danzaban. Este era y es el significado de la presencia de los danzantes
en los agasajos festivos que el pueblo tributaba a su Patrona, en perfecta
coherencia con la vestimenta que usaban y usan en sus actuaciones.
Según vemos en la pintura del Camarín,
las libreas de los danzantes de la época constaban de una casaquilla sin
mangas, de terciopelo, abotonada y ajustada a la cintura mediante fajín atado
al costado, camisa blanca de amplio
cuello de rico encaje, que sobresale por la pechera, pantalones bombachos hasta
las rodillas, a juego con la camisa, medias a tono con el fajín y zapatos
negros; van tocados con sombrero de fieltro negro, de corona y ala reducidas,
ornado con un discreto penacho de plumas. Respecto del colorido, se observa una
curiosa alternancia: la mitad visten casaquilla roja y fajín verde; la otra
mitad, combinan al contrario. Como antes se indicaba, las calidades de los
tejidos hablaba de la categoría social de la casa a cuyo servicio estaban los
lacayos que las vestían, que se identificaba con la combinación de los colores
de las prendas que portaban. El traje del músico difiere ligeramente del de los
danzantes, ya que viste casaca y bombachos a juego.
Sabemos, por los libros de las
cofradías, que las libreas se solían alquilar en Toledo y Madrid, pero nada se
especifica sobre las características de las mismas. Lo que ignoramos, por el
momento, es la época y circunstancia en que se adoptó el traje de enaguas que,
al menos desde los años finales del siglo XIX, cobrará vigencia hasta nuestros
días.
En esencia, el atuendo actual puede
considerarse librea, igualmente. Una librea que, a diferencia de la que lucen
los danzantes del Camarín, prescinde de la casaquilla, sustituye el fajín por
la banda que pende del hombro derecho y cruza pecho y espalda hasta la cadera,
remplaza el cuello de lechuguilla por la pajarita y las chorreras, los
bombachos por los pololos, y el sombrero por la tiara de flores, añadiendo como
elemento netamente diferenciador el juego de enaguas almidonadas y algunos
elementos decorativos, tales como las puñetas y las escarapelas, así como el
mantón bordado que llevan sujeto a la cintura, volando por delante de las
enaguas.
La tipología de este atuendo es
básicamente coincidente con la usada por los danzantes de la mayoría de
localidades castellanas que, de modo equiparable a las nuestra, han mantenido
las tradicionales danzas rituales asociadas al culto de sus respectivos
patronos. Son los popularmente denominados “danzantes de enagüillas”, que
proliferan en pueblos de varias provincias castellanas, especialmente de
Segovia, Palencia, Valladolid, Guadalajara y Soria, y que podemos localizar
excepcionalmente en otras regiones, como Aragón, La Rioja, Galicia, e incluso
Canarias. En la provincia de Toledo sólo los Danzantes del Cristo de la Viga,
en Villacañas, comparten actualmente con nosotros esta tradición secular.
Danzantes de
enagüillas
Esta fotografía es, si no la más antigua, una de las primeras que retratan a los danzantes en Berciana; en esta ocasión, con el tío Buril como maestro de la danza, en el rancho de los Escudero. En ella podemos apreciar el aspecto de los danzantes de finales del siglo XIX, que, salvo el calzado, en nada difiere de los actuales.
Aun cuando
carecemos de justificación documental, consideramos que muy probablemente esta
indumentaria se adoptó en Méntrida por influencia de nuestra vetusta vecindad
con Segovia, de cuyo entorno folclórico-cultural somos deudores en este
aspecto. La adopción de este atuendo conllevó también una renovación de calado
en las actuaciones de los danzantes, con la incorporación de diferentes
elementos hasta entonces aquí inexistentes. El de mayor relevancia, tal vez, la
aparición de la figura del maestro o alcalde de la danza. Este personaje no
aparece en la documentación antigua, donde se alude al instrumentista como
maestro de los danzantes, circunstancia habitual por Castilla. Sin embargo, su
papel es muy importante en todas las cuadrillas de danzantes castellanas, donde
es conocido con la denominación de botarga o chiborra, asumiendo además otras
funciones que en nuestro caso se omiten por completo. De estos botargas, el
maestro de la danza mentridano heredó la tipología de su indumentaria, además
de la utilización de la vara con la que, a modo de cetro, dirige la danza.
El empleo de las
paloteas, y los bailes que con ellas se ejecutan, fue otra de las innovaciones
probablemente asociadas a la incorporación de los usos y costumbres de los
danzantes vecinos de la cuenca del Duero. En esta misma línea debemos enmarcar
también el uso de los arcos y el baile del Cordón en torno al mástil, así como
la realización de los alardes de los Puentes y los Pinos, y también el recitado
de los “dichos”. Y a todo ello hay que añadir la adopción de la dulzaina y el
redoblante, como instrumentos para la interpretación de las diferentes melodías
del repertorio de los danzantes.
Así pues, según nuestra hipótesis, la
asimilación de los usos de los “danzantes de enagüillas” castellanos supuso una
verdadera metamorfosis para los danzantes mentridanos, que trascendió al mero
cambio de indumentaria, atañendo de modo muy significativo tanto a la
estructura del grupo, como a su repertorio. Sin embargo, todos estos cambios en
nada afectaron al sentido profundo que desde sus remotos orígenes justificó su
presencia en las fiestas de la Virgen de la Natividad, como componente
principal de su cortejo y expresión profunda de la veneración de los
mentridanos hacia su Patrona.
Atuendos de los danzantes
Como en el resto de cuadrillas de
“danzantes de enagüillas”, en el atuendo de los danzantes predomina el color
blanco, símbolo de la bondad, de la pureza y de la gracia, como corresponde a
quienes asumen el papel de acompañantes más cercanos a la Señora. Dos colores
diferencian el traje utilizado en la Romería –atuendo de campo– del empleado en el resto de las ocasiones –traje de gala–. El color rojo que predomina en
el mantón, banda, escarapelas, pajarita, adornos de pasamanería en chorreras y
puñetas, gorros, arcos y borlas, distingue el traje de campo que se usa el día
25 de abril, en comparación con el empleado en las demás actuaciones, cuyo
color predominante es el azul. En la vestimenta cortesana tradicional, el color
rojo solía reservarse para las prendas usadas en actividades campestres,
asociado en general con la vitalidad más plena y fructífera. El azul,
considerado el más inmaterial de los colores, hace referencia aquí a la pureza
inmaculada de la Virgen y simboliza la cercanía con lo divino y con la gracia.
Pese a estas variantes en el color de los complementos, la indumentaria en sí no varía. El traje consta de los siguientes componentes. Una camisa de algodón de manga larga, que se adorna con una chorrera, guarnecida con broches decorados con motivos alegóricos, y sendas puñetas en las bocamangas, ajustada en el cuello con una pajarita de raso; unos amplios pololos de algodón, con encajes en los bordes de las perneras; unas medias de perlé caladas; tres enaguas de algodón o de batista superpuestas, rematadas con primorosos encajes (principalmente, la cimera), bien almidonadas, para dar un vuelo amplio y vistoso; y unas alpargatas, que se sujetan trenzando dos cintas; todo ello, de color blanco.
Además de los adornos para la camisa ya citados, el danzante lleva una banda de raso cruzada del hombro derecho a la cadera izquierda, donde se sujeta mediante una gran escarapela. También, luce un mantón de seda con flecos, profusamente bordado en tonos vivos, que lleva prendido a la enagua exterior, sobre la que pende de costado a costado, volando por el frente su vértice inferior, a modo de mandil. Lleva asimismo dos pares de escarapelas ajustadas a la camisa, a la altura de los codos, y a las rodillas, sobre el extremo de cada pernera. Finalmente, los danzantes utilizan un gorro globular, en forma de tiara, dispuesta sobre una ancha banda circular. La copa del gorro va recubierta con tiras de papel de seda rizadas, formando cinco anillos superpuestos de diferentes colores, en clara alusión y homenaje a la madre naturaleza; la base, forrada de cheviot, va ornada con oropeles, abalorios y medallas con la imagen de la Patrona. Actualmente, el uso del gorro se restringe al momento en que se recitan los dichos, al inicio de la muestra; anteriormente, se lucía en las procesiones y en la ejecución de algunas danzas. También de un tiempo acá, la banda roja del traje de campo se viene sustituyendo por otra con los colores de la bandera nacional, que igualmente campean en los adornos de los arcos, las escarapelas y la copa de los gorros.
Veamos ahora la indumentaria del resto
de componentes del grupo: el alcalde de la danza y los músicos, cuyo aspecto
difiere del de la cuadrilla de los danzantes, por razones diversas.
Atuendo del maestro de los danzantes
En efecto, la
vestimenta del alcalde de la danza es totalmente diferente a la de los
danzantes. Su aspecto estrafalario y colorista va en consonancia con el
carácter bufo de este personaje en la mayoría de las cuadrillas de danzantes
similares a los nuestros, aunque en nuestro caso su actuación responde
exclusivamente a su función como adiestrador, capataz y guía de la cuadrilla de
danzantes.
Así, en contraste con el traje blanco de los danzantes, el maestro
viste un amplio blusón estampado (flores rojas, para el día de la Romería;
flores azules, para el resto de las funciones), fruncido a la altura de la
cintura, y unos pantalones bombachos hasta la rodilla, con medias caladas;
calza alpargatas, como los danzantes. También como ellos, porta escarapelas en
codos y rodillas. Los pantalones, las medias y las alpargatas son de color
blanco, al igual que la camisa que lleva bajo el blusón, de la que tan sólo
asoma el cuello y los puños. Va tocado con un sombrero canotier, profusamente
ornado con flores en el ala y con cinta colgante roja o azul, según vista de campo o de gala. El traje del maestro es bastante parco en adornos, restringiéndose
éstos a una pajarita al cuello del blusón y un discreto broche en la pechera.
Como atributo específico, porta una larga vara adornada de manera similar a los
arcos de los danzantes, que va moviendo de manera incesante, al compás de cada
melodía, guiando a los danzantes mientras ejecutan sus danzas.
Atuendo de los músicos de los danzantes
Por su parte, los instrumentistas
visten al estilo de los dulzaineros y redoblantes castellanos tradicionales,
sus precedentes inmediatos. Su traje es sobrio, a la par que elegante; se
compone de chaquetilla y calzón de paño negro, que sujeta un fajín (rojo, para
la Romería; azul, en las demás fiestas), uno de cuyos extremos pende hasta la
rodilla derecha; camisa blanca con lazo y chorrera; medias caladas, también
blancas, y alpargatas negras. Van tocados con sombrero de teja, de fieltro
negro, con borlas. Como único adorno llevan un alfiler prendido en la chorrera.
me lo guardo, bien guardaito, gracias, un saludo del Cronista Oficial de la Villa de Madridejos
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