Los pueblos con personalidad propia tienen a gala contar con un recorrido histórico que les ha ido proporcionando, a lo largo de los siglos, sus genuinas señas de identidad, unos rasgos distintivos y unas especificidades que les hacen únicos y les aportan un marchamo muy particular.
Para Méntrida, sus danzantes y
todo lo que en torno a ellos gira, constituye una de sus peculiaridades más
emblemáticas, alcanzando incluso la categoría de rasgo distintivo singular de
su perfil identificativo.
Hay razones poderosas que
justifican dotar a los danzantes de la categoría de rasgo identificativo. La
primera y principal, el hecho de constituir un legado cultural con una
tradición histórica estrechamente ligada a una de las vivencias compartidas
entre generaciones de mayor arraigo en Méntrida: la devoción secular a la
Virgen aparecida en Berciana en 1270, en fecha muy próxima a los albores mismos
de la refundación del pueblo. Este es el motivo por el cual se conoce a los
danzantes de Méntrida popularmente como los danzantes de la Virgen. Además, hay
otras razones, que iremos analizando seguidamente.
Los
orígenes
Pese a lo anteriormente expuesto,
el origen histórico de los danzantes de Méntrida no surge en paralelo a la
celebración del culto a su Patrona; al menos a la luz de la documentación
histórica conocida hasta el momento. Con los datos de que disponemos, podemos
decir con rotundidad que la presencia de la danza coral ritual en Méntrida se
documenta en origen asociada a la celebración de la fiesta en honor del Patrón
de la villa, San Sebastián.
Por ahora, existe una importante
laguna documental respecto del origen de la devoción de los mentridanos a San
Sebastián. Aun así, no es descabellado conjeturar que la devoción a San
Sebastián en Méntrida tenga su explicación en la adopción de su patronazgo ante
la adversidad del azote de la Peste Negra, en los años centrales del siglo XIV.
Es sabido que a comienzos del
verano de 1349, aquella terrible epidemia se dejó sentir con enorme virulencia
en Toledo y en su actual territorio provincial; su devastadora presencia hizo
estragos en la población, que se vio drásticamente diezmada. Méntrida no quedó
al margen de esta cruel epidemia. Es muy probable que los mentridanos de la
época se acogieran entonces a la protección del mártir San Sebastián, votando
agasajar su memoria mediante una fiesta en su honor y levantar una ermita en la
que rendirle culto. Aquella ermita se transformó un siglo después en el actual
templo parroquial, lo que propició la erección de San Sebastián como patrono
del pueblo. Y, como tal, su fiesta votiva cobró el carácter de fiesta
patronal.Según consta en la documentación parroquial, la celebración del Santo
Patrón, cada 20 de enero, tenía un realce muy especial, que se vio reforzado a
partir de la constitución de una cofradía en su honor. Así, a la contribución
del ayuntamiento –impulsor de la fiesta votiva– se sumó la de la cofradía de
San Sebastián, cuya principal aportación fue precisamente promover una danza en
homenaje al santo, que realzó de modo especial el ceremonial de su procesión.
Aquella danza en honor de San Sebastián derivó, en el siglo XVI, en la que se
institucionalizó en homenaje a la Patrona, la Virgen de la Natividad.
A partir de la fusión de las cofradías de San Sebastián y de la Natividad, a comienzos del siglo XVII, la fiesta de San Sebastián fue languideciendo. Los danzantes, con el tiempo, dejaron de actuar en su procesión, a la par que fueron desapareciendo del programa festivo los tradicionales regocijos populares. En definitiva, la festividad del Santo Patrón fue paulatinamente decayendo, sin llegar a desaparecer del todo.
Así pues, podemos afirmar que el
precedente inmediato de los danzantes de la Virgen fueron los danzantes de San
Sebastián. La circunstancia de no contar con el primer libro de esta cofradía,
al que se alude en la documentación con el apelativo de libro viejo, nos priva
de saber la fecha precisa en que se incorporó la danza en la festividad de San
Sebastián; no obstante, consideramos muy probable que se implantase desde los
inicios mismos de la andadura de la cofradía.
Es inusual y chocante que esta
hermandad no conservara sus ordenanzas; caso contrario, es verosímil que su
articulado nos hubiera proporcionado alguna información al respecto. Así se
verifica en las ordenanzas que surgieron de la unificación de la cofradía de la
Virgen de la Natividad con la de San Sebastián, en 1607. En efecto, en uno de
sus postreros capítulos, se hace referencia explícita a la incorporación de la
danza en las dos celebraciones de la cofradía unificada. El tenor del mentado
capítulo es el siguiente:
Ordenamos
que si al cabildo de esta cofradía pareciere algún año tener posibilidad y
alcance conveniente, pueda ordenar que se haga en el día del nacimiento de
Nuestra Señora, o en el día del señor San Sebastián, o un año en la una fiesta
y otro año en la otra, alguna representación santa y honesta, en que se sirva
Dios y el pueblo se edifique, recree y alegre, como es razón, y alguna buena
danza, con gasto moderado; para lo cual será justo el concejo y pueblo y todos
ayuden, como a cosa debida a la Madre de Dios y Señora Nuestra y al glorioso
Patrón y abogado de todos. Por caer el día del Patrón en el tiempo tan encogido
del invierno, en que son tan breves los días para semejantes fiestas, se podría
ordenar que cuando la fiesta se hiciere sea en el día del nacimiento de Nuestra
Señora susodicho.
Estamos, pues, ante la noticia
fehaciente que confirma que los llamados danzantes de la Virgen fueron en
origen los danzantes de San Sebastián, quedando por el momento restringida su
participación a las fiestas patronales de septiembre, no a las de abril.
Del texto reseñado se infiere que
las danzas debían intercalarse en ambas celebraciones, la del día del Patrón y
la del de la Patrona, en función de las posibilidades económicas de cada año,
matizando que, dadas las circunstancias climáticas, sería lo más oportuno
reservarlas para la festividad de la Natividad de la Virgen.
Los
danzantes en el discurrir de los siglos
El rastro documental de los
siglos XVII y XVIII evidencia que hubo reiteradas desavenencias en el cabildo
de la cofradía unificada, debido a la ambigüedad con que se plasma este asunto
en las ordenanzas. En ocasiones, al aludido factor climatológico se suma, por
parte de los partidarios de primar a la Patrona, el argumento de que la mayor
parte de los ingresos patrimoniales de la hermandad provenían de la antigua
cofradía de la Caridad. En todo caso, lo que se constata es que, con el paso
del tiempo, coincidiendo con el languidecimiento de la fiesta del santo Patrón,
la actuación de los danzantes se fue restringiendo a la fiesta septembrina de
la Virgen. Y de este modo, la danza quedó, poco a poco, asociada a la
particular celebración de la Patrona en la conmemoración de su Natividad, a lo
que contribuyó de manera eficaz el hecho de que los gastos que generaba se
sufragaran en gran parte con cargo a la fábrica de la Ermita.
En definitiva, de la
documentación se desprende que a lo largo de los siglos XVI y XVII las danzas
en honor a los santos patronos de la villa no tienen carácter estable; antes
bien, cabe conjeturar que hubo algunos años que no se llevaron a cabo en
ninguna de las fiestas. No obstante, lo digno de reseñar es, sin duda, el apego
del vecindario mentridano a este tipo de celebraciones, que, contra viento y
marea, han perdurado hasta nuestros días.
Han debido sortear para ello
muchas dificultades económicas; nos consta que en varios años los vecinos hicieron
frente a los gastos que ocasionaba la danza mediante derramas populares o por
voto de algún particular. Igualmente han pasado por alto reiteradas trabas
provenientes del ordinario diocesano, cuya huella documental hemos rastreado en
las visitas eclesiásticas, superando asimismo las disposiciones prohibitivas
tanto de sínodos como de cédulas reales, como la promulgada por Carlos III el
20 de febrero de 1777, en la que taxativamente se ordenaba:
No
toleren bailes en las iglesias, sus atrios y cimenterios, ni delante de las
imágenes de los santos, sacándolas a este fin a otros sitios con el pretexto de
celebrar su festividad, darles culto, ofrenda, limosna, ni otro alguno;
guardándose en los templos la reverencia, en los atrios y cimenterios el respeto,
y delante de las imágenes la veneración que es debida conforme a los principios
de la religión, a la santa disciplina, y a lo que para su observancia disponen
las leyes del reino.
Téngase en cuenta que la afección
de los mentridanos por las danzas, asociadas a sus manifestaciones religiosas,
hizo que algunos años del siglo XVII llegaran a anotarse hasta tres actuaciones
de danzantes en su calendario festivo: las ya aludidas fiestas patronales (San
Sebastián, en enero, y Virgen de la Natividad, en septiembre), más la promovida
por la cofradía de los Mancebos en la celebración del día de su patrón, San
Juan, el 24 de junio.
Sin embargo, con el transcurso
del tiempo, la presencia de danzantes en estas tres fechas indicadas fue poco a
poco extinguiéndose. Su decadencia discurrió en paralelo a la pujanza cada vez
mayor de la danza que, desde mediados del siglo XVII, quedó definitivamente
ligada a las fiestas del voto popular de la Romería de Berciana, en
conmemoración de la aparición de la Virgen de la Natividad al anciano cabrero
Pablo Tardío, que es la que en la actualidad perdura.
Valor y significado
Como ha quedado expuesto, la
danza ritual instituida en Méntrida para lucimiento y adorno de las
celebraciones en honor de su Patrona, la Virgen de la Natividad, hunde sus
raíces en una tradición ancestral. Esto le confiere un valor cultural de primer
orden y le otorga rango más que suficiente para ser considerada, en
terminología al uso, bien de interés cultural, en tanto que pieza singular del
patrimonio popular castellano.
Desde esta perspectiva han de
contemplarse cuantos aspectos etnográficos confluyen en los ceremoniales que le
son propios, como también el atuendo e indumentaria de los componentes del
grupo de danzantes, sus melodías y coreografías; en definitiva, sus usos y
costumbres heredados de tiempo inmemorial. En este sentido, con sus
singularidades que iremos detallando en adelante, los danzantes de Méntrida son
una pieza más del rico conjunto de agrupaciones que en nuestros días realizan
danzas rituales corales. Y, por concretar más, los de Méntrida se encuadran en
la categoría de los denominados por algunos folcloristas danzantes de
enagüillas, no sólo en atención a estas prendas que incluyen en su vestuario,
sino también teniendo en cuenta la instrumentación y coreografía de sus danzas,
e incluso por la utilización de las paloteas, que son de uso común en estos
grupos de danzantes.
Son numerosos los grupos de
danzantes de esta tipología que hoy en día pueden contemplarse en diferentes
zonas de nuestra geografía nacional; serían muchísimos más, de no haber ido
cayendo en el olvido los usos tradicionales generalizados en numerosas
comarcas. Desde este punto de vista, nuestros danzantes atesoran el mérito de
haber sabido preservar un legado patrimonial de gran valor que, como sus
semejantes dispersos en distintas regiones, merecen las atenciones precisas
para preservar su continuidad, en el respeto más escrupuloso a sus
peculiaridades e integridad.
Desde un plano más profundo, los
danzantes de Méntrida representan una muestra ancestral y genuina de
religiosidad popular. Sólo desde esta dimensión ritual adquieren su significado
más hondo, en tanto que manifestación colectiva y popular de la intensa
devoción que los mentridanos profesan a su Patrona. Porque no son sólo los
integrantes del grupo quienes realzan con sus ceremoniales el fervor que
sienten hacia la Virgen de la Natividad; lo son también sus familias, que con
primor ponen de su parte cuanto sea necesario para que todo luzca con el mayor
esplendor; y también lo son cuantos están pendientes de sus actuaciones y
vibran al unísono con sus danzas ante la Patrona, estremecidos como otrora se
estremecieron sus abuelos y los abuelos de sus abuelos. En contraste con lo
expresado en la antes citada real cédula de Carlos III, los danzantes actúan
ante la Virgen para celebrar su festividad y darle culto, guardando la debida
reverencia en los templos y mostrando la veneración que es debida delante de su
imagen. También desmintiendo al visitador eclesiástico que prohibió las danzas
en Méntrida en 1820, los danzantes no cometen ningún tipo de irreverencias que
desdicen del respeto y veneración debido al templo y a su santa Imagen; antes
al contrario, con sus atávicas danzas contribuyen al lucimiento y adorno de las
celebraciones en honor de la Patrona en que intervienen, en expresión de fray
Luis de Solís.
Desde una mirada limpia de
prejuicios, el papel de los danzantes en las fiestas de la Patrona en que
participan, como últimamente en las celebraciones del Corpus Cristi, subraya la
adhesión popular a las creencias religiosas heredadas y contribuye a
enraizarlas en las generaciones futuras. Sólo desde esta perspectiva se puede
comprender el ahínco con que se han mantenido hasta nuestros días, superado no
pocas dificultades.
Es del todo indudable que el
pueblo mentridano no concibe unas fiestas abrileñas en honor a su Patrona sin
la presencia enriquecedora de sus danzantes. La nota de tipismo y vistosidad
que imprimen va indisolublemente ligada al sentimiento sencillo y cariñoso que
las buenas gentes de Méntrida profesan a su Virgen de la Natividad.
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